¿Qué impactos tiene el cambio climático en el Corredor Seco?

El Corredor Seco abarca más de 156,000 km² a lo largo de Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua, y constituye una de las regiones más vulnerables de Centroamérica ante el cambio climático. Históricamente caracterizada por su marcada estacionalidad y baja disponibilidad de agua, esta zona viene experimentando transformaciones significativas en sus patrones climáticos, con profundas implicancias socioeconómicas y ambientales para las comunidades que la habitan.

Alteraciones en los patrones de precipitación

Uno de los impactos más evidentes del cambio climático en el Corredor Seco se refleja en la creciente irregularidad de las precipitaciones. Informes recientes de la CEPAL y el Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología, Meteorología e Hidrología de Guatemala revelan que entre 1980 y 2020, el total de lluvia anual ha disminuido entre un 5% y un 15% en varias subregiones del Corredor. Además, las lluvias suelen presentarse de forma desigual: cortos periodos de intensos chaparrones seguidos por largas sequías. Esta modificación provoca efectos perjudiciales en la recarga de acuíferos, el almacenamiento de agua y su disponibilidad para fines domésticos y agrícolas.

Sequías recurrentes y estrés hídrico

El aumento en la frecuencia e intensidad de las sequías afecta especialmente a agricultores de subsistencia, quienes dependen del ciclo natural para el cultivo de maíz y frijol. Según la Red Humanitaria del Corredor Seco, al menos 3.5 millones de personas sufren inseguridad alimentaria cada año debido a la pérdida de cosechas vinculada a la escasez de lluvias. El estrés hídrico también impacta en la disponibilidad de agua potable, lo que obliga a numerosas familias a caminar mayores distancias en busca de fuentes seguras, agravando problemas de salud, especialmente en niños y adultos mayores.

Deterioro del suelo y disminución de la productividad agrícola

A la ausencia de lluvias se suma un mayor riesgo de erosión del suelo, con cargas de nutrientes que se arrastran durante las lluvias torrenciales. En comunidades del oriente de Honduras, se reportan pérdidas cercanas al 40% de la capa arable en las últimas dos décadas. La pérdida de fertilidad y el empobrecimiento de los terrenos agrícolas se traducen en rendimientos cada vez menores, lo que presiona a las familias rurales a ampliar sus terrenos de cultivo, contribuyendo a la deforestación y la fragmentación ecológica.

Incremento de plagas y enfermedades en la agricultura

Los cambios en temperatura y humedad promueven el aumento de plagas como la roya del café, que en 2012 devastó cerca del 70% de la producción en El Salvador y Honduras, causando graves crisis económicas entre pequeños agricultores. Además, la migración de insectos que no son nativos, atraídos por climas más cálidos y secos, incrementa la aparición de enfermedades y fortalece la resistencia de plagas ya existentes, lo que eleva los costos de producción y disminuye la capacidad de recuperación de los sistemas agrícolas convencionales.

Efecto sobre la seguridad alimentaria y los movimientos migratorios

La disminución de la producción agrícola genera severas consecuencias en la seguridad alimentaria. Según un estudio del Programa Mundial de Alimentos, unas 1.6 millones de personas en el Corredor Seco han considerado la migración como una estrategia de supervivencia ante la pérdida de medios de vida, siendo las temporadas secas extremas un detonante habitual. La migración interna y transfronteriza incrementa la vulnerabilidad de las comunidades, fragmenta la cohesión social y deja a mujeres, niños y personas mayores en situaciones de mayor riesgo.

Salud pública y enfermedades relacionadas con el clima

El aumento de las temperaturas medias, que en ciertas áreas ha superado el 1.5°C en los últimos 30 años según la Organización Meteorológica Mundial, contribuye a la proliferación de enfermedades transmitidas por vectores como el dengue, el zika y el chikungunya. La escasez de agua potable también se relaciona con la incidencia de diarreas y enfermedades gastrointestinales, agravando los índices de desnutrición infantil en comunidades rurales.

Efectos ecológicos y pérdida de biodiversidad

Además de las implicaciones sociales y económicas, los ecosistemas del Corredor Seco están siendo transformados. El avance de la frontera agrícola y la mayor presión sobre los recursos naturales han ocasionado una drástica reducción de bosques secos tropicales, hábitats clave para especies endémicas como la guacamaya roja y el venado cola blanca. La pérdida de biodiversidad limita servicios ecosistémicos esenciales, como la polinización y la regulación hídrica, desencadenando un círculo de retroalimentación negativa que agrava la vulnerabilidad ambiental.

Reacciones y ajustes en la comunidad

Ante esta situación, varias comunidades han ideado tácticas locales de adaptación, como el uso de sistemas agroforestales, la recolección de agua de lluvia, la variedad de cultivos y el establecimiento de bancos comunitarios de semillas que soportan la sequía. Instituciones regionales ayudan a formar redes de agricultores y fomentan el intercambio de tecnología ajustada a las circunstancias, aunque las capacidades técnicas y financieras continúan siendo insuficientes.

La crisis climática revela de manera clara las fragilidades estructurales del Corredor Seco, poniendo en riesgo la subsistencia de millones de individuos, cuya capacidad de recuperación depende tanto de medidas urgentes para reducir los impactos como de políticas gubernamentales dirigidas hacia la sostenibilidad y la justicia. El reto es no solo ecológico, sino también intensamente humano, cultural y social, y demanda una aproximación completa que incluya desde la gestión del medio ambiente hasta la equidad alimentaria y la integración social, valorando la notable habilidad de las comunidades centroamericanas para adaptarse frente a las dificultades.

Por Régulo Fernández Comejo

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